Seguramente en algún momento de tu vida has escuchado la palabra “apego” o incluso la has podido utilizar en algún contexto, de hecho, últimamente vemos mucho este concepto en redes sociales. Pero, ¿realmente sabemos a qué nos referimos cuando pronunciamos este término?
Dentro del ámbito de la Psicología, actualmente, se podría definir el apego como el lazo afectivo que genera una persona hacia aquellas otras que son significativas en su entorno en los primeros años de su vida (familia, cuidadores principales, etc.). Este lazo se ha visto que tiene gran importancia, ya que influye en la construcción de la personalidad, en la forma de ser y en la de actuar. Por lo tanto, los lazos que desarrollamos desde la infancia tendrán un impacto en cómo seremos y nos construiremos en la etapa adulta, así como en la forma de relacionarnos con nosotros mismos y con el resto de personas.
El apego ha sido un concepto ampliamente estudiado y ha sufrido cambios en su definición a lo largo de los años. No obstante, la primera vez que apareció este término fue en las teorías del psicoanalista John Bowlby sobre la construcción de nuestras primeras relaciones durante la infancia. Para Bowlby, el apego es el concepto que explica cómo los seres humanos creamos fuertes lazos afectivos que nos podrían llevar a experimentar dolor emocional y a desarrollar, si estos llegasen a romperse o a perderse, los llamados “trastornos de la personalidad”.
Tras estas primeras teorías del apego, otra psicóloga llamada Mary Ainsworth, en 1978, realizó un experimento que llamó “La situación extraña” para poder llegar a formular los distintos tipos de apego que se pueden dar en los niños hacia sus figuras afectivas. Y, finalmente, llegó a desarrollar la siguiente clasificación de estilos de apego que a día de hoy sigue usándose en los estudios de la Psicología:
- Apego Seguro: el niño sabe que su figura afectiva no va a fallarle, es capaz de proporcionarle cuidados y seguridad y hacerle sentir querido, aceptado y valorado.
- Apego Evitativo: el niño asume que sus cuidadores no están disponibles para sus necesidades, no les aportan seguridad, lo cual genera mucho sufrimiento en él y distanciamiento hacía las personas que le rodean.
- Apego Ansioso- Ambivalente: el niño siente que sus cuidadores a veces están para él y otras veces no, hay inconsistencia en las conductas de cuidado y seguridad, lo cual le genera sentimientos de desconfianza e inseguridad.
- Apego Desorganizado: el niño no muestra un patrón de comportamientos adecuados y congruentes con las situaciones. Sus figuras afectivas han llevado a cabo conductas negligentes o inseguras para él. Sería todo lo contrario al apego seguro.
A través de esta clasificación podemos entender que según sean las conductas de los cuidadores en la infancia de una persona así será el tipo de apego y las respuestas de esta. Un cuidado sensible y adecuado por parte de los cuidadores de modo continuo favorece el desarrollo de apego seguro. La actitud distante y rechazante del cuidador se relacionaría con el apego evitativo, mientras que cuidadores inconstantes que además no fomentan la autonomía responderían por apego ambivalente. Finalmente, el apego desorganizado se puede relacionar con vivencias traumáticas con los cuidadores, pudiendo llegar incluso a generar miedo en el niño ante su presencia.
Pero, en la etapa adulta, ¿qué consecuencias tiene en la personalidad el establecimiento de estos distintos tipos de apego?
Consecuencias en la personalidad adulta de los tipos de apego:
Está ampliamente demostrado que nuestro estilo de apego afecta a nuestra vida en todos los ámbitos, desde nuestras acciones más concretas hasta el tipo de relaciones de pareja o de amistad que mantenemos.
Si nuestro estilo de apego es seguro probablemente tenderemos a mantener buenas relaciones con los que nos rodean, un buen grupo de apoyo social y un nivel de autoestima adecuado que nos ayude a llevar a cabo los objetivos que nos propongamos.
Si es ambivalente, puede que tendamos a desconfiar de los extraños e incluso a veces de las personas que más queremos, la extraversión y la alta autoestima podrían no destacar como rasgos característicos de nuestra personalidad y podríamos llegar a presentar rupturas frecuentes de pareja.
Si nuestro apego es evitativo se suele tender a esconder las emociones a los demás así como los pensamientos y quizás podríamos presentar problemas con la intimidad a la hora de relacionarnos.
Si es de tipo desorganizado, no es extraño que se muestre una gran dificultad a la hora de formar relaciones y afectos significativos, una alta cantidad de pensamientos distorsionados, o lo que es lo mismo, que se alejan de la realidad y se podrían llevar a cabo conductas contradictorias.
Si de alguna forma te sientes identificado o identificada con alguno de los tipos de apego nombrados anteriormente y crees que te genera malestar es importante acudir a un profesional de la salud mental que pueda ayudarte a disponer de las herramientas adecuadas para hacerlo frente y encontrar el estado de bienestar que necesitas en todos los ámbitos de tu vida. El tipo de apego puede trabajarse y aprender estrategias relaciónales más adaptativas.
Puedes pedir cita o más información en nuestro Centro de Psicología.
Este artículo ha sido redactado por Ana Pulgarín,
Psicóloga General Sanitaria Colaboradora
en el Centro de Psicología Sonia García
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